YERMA. (Fuerte.) Marchita sí, ¡ya lo sé! ¡Marchita! No es preciso que me lo
refriegues por la boca. No vengas a solazarte, como los niños pequeños en la agonía de
un animalito. Desde que me casé estoy dándole vueltas a esta palabra, pero es la primera
vez que la oigo, la primera vez que me la dicen en la cara. La primera vez que veo que
es verdad.
VIEJA. No me das ninguna lástima, ninguna. Yo buscaré otra mujer para mi hijo.
(Se va. Se oye un gran coro lejano cantado por los romeros. Yerma se dirige hacia el
carro y aparece por detrás del mismo su marido.)
YERMA. ¿Estabas ahí?
JUAN. Estaba.
YERMA. ¿Acechando?
JUAN Acechando.
YERMA. ¿Y has oído?
JUAN. Sí.
YERMA ¿Y qué? Déjame y vete a los cantos. (Se sienta en las mantas)
JUAN También es hora de que yo hable.
YERMA ¡Habla!
JUAN. Y que me queje.
YERMA. ¿Con qué motivo?
JUAN. Que tengo el amargor en la garganta.
YERMA Y yo en los huesos.
JUAN. Ha llegado el último minuto de resistir este continuo lamento por cosas oscuras,
fuera de la vida, por cosas que están en el aire.
YERMA. (Con asombro dramático.) ¿Fuera de la vida dices? ¿En el aire dices?
JUAN. Por cosas que no han pasado y ni tú ni yo dirigimos.
YERMA. (Violenta.) ¡Sigue! ¡Sigue!
JUAN. Por cosas que a mí no me importan. ¿Lo oyes? Que a mi no me importan. Ya es
necesario que te lo diga. A mí me importa lo que tengo entre las manos. Lo que veo por
mis ojos.
YERMA. (Incorporándose de rodillas, desesperada.) Así, así. Eso es lo que yo quería
oír de tus labios. No se siente la verdad cuando está dentro de una misma, pero ¡qué
grande y cómo grita cuando se pone fuera y levanta los brazos! ¡No le importa! ¡Ya lo
he oído!
JUAN. (Acercándose.) Piensa que tenía que pasar así. Óyeme. (La abraza para
incorporarla.) Muchas mujeres serían felices de llevar tu vida. Sin hijos es la vida más
dulce. Yo soy feliz no teniéndolos. No tenemos culpa ninguna.
YERMA. ¿Y qué buscabas en mí?
JUAN. A ti misma.
YERMA. (Excitada.) ¡Eso! Buscabas la casa, la tranquilidad y una mujer. Pero nada
más. ¿Es verdad lo que digo?
JUAN. Es verdad. Como todos.
YERMA. ¿Y lo demás? ¿Y tú hijo?
JUAN. (Fuerte) ¡No oyes que no me importa! ¡No me preguntes más! ¡Que te lo tengo
que gritar al oído para que lo sepas, a ver si de una vez vives ya tranquila!
YERMA. ¿Y nunca has pensado en él cuando me has visto desearlo?
JUAN. Nunca. (Están los dos en el suelo)
YERMA. ¿Y no podré esperarlo?
JUAN No.
YERMA. ¿Ni tú?
JUAN. Ni yo tampoco. ¡Resígnate!
YERMA. ¡Marchita!
JUAN. Y a vivir en paz. Uno y otro, con suavidad, con agrado. ¡Abrázame! (La
abraza.)
YERMA. ¿Qué buscas?
JUAN. A ti te busco. Con la luna estás hermosa
YERMA. Me buscas como cuando te quieres comer una paloma.
JUAN. Bésame... así.
YERMA. Eso nunca. Nunca. (Yerma da un grito y aprieta la garganta de su esposo.
Éste cae hacia atrás. Yerma le aprieta la garganta hasta matarle. Empieza el Coro de
la romería). Marchita, marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. (Se
levanta. Empieza a llegar gente.) Voy a descansar sin despertarme sobresaltada, para
ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué
queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi
hijo!
(Acude un grupo que queda parado al fondo. Se oye el Coro de la romería.)
TELÓN.
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